domingo, 26 de abril de 2015

"Novedades del siglo XXI.... La poco antiquísima-pero siempre renovada- Patente de Carnaval"


“El problema de la modernidad, es que la racionalidad robó la magia. Ya no podemos soñar, solo pensar”  Max Weber. Economía y Sociedad.

No me atrevería a decir que veo un problema, pero si una consecuencia. ¿Mi punto de partida? La boba naturalización de la resignación a pensar y creer en la magia salvadora; ahora bien, una cosa eran los alquimistas y otra los oportunistas en la corte del rey.  El problema de los días que corren no es el rey, sino el discurso real, decantado por los oportunistas a los súbditos deseosos del circo tan clásico de Roma, pero no ajenos a los días de la Modernidad.
Si la vida me da sorpresas, son las dicotomías, oxímorones mentales en los que me veo siempre inmerso al momento de clarificar las ideas. Cito al carisma que tanto crítico, no por no tener otro medio, sino porque es interesante tener como base de exégesis un elemento tan naturalizado en los días que corren; propongo adentrarse en ello, describirlo y  dilucidar exégesis que no son dignas de un alumno de álgebra en las carreras de ingeniería, pero que son imperceptibles a la –universalmente inequívoca- crítica del ser medio que mora nuestra incomprensible tierra. Aclarada mi culpa, procedo a retomar las palabras del olvidado, pero no menos célebre Primer Ministro de Canadá, Tommy Douglas, quien –haciendo famosa una historia ya existente, nos habló con una jugosa picardía de los pormenores de la política mundial: "MOUSELAND". Quién diría que siglos de perdurable pensamiento político, dependiese de la existencia de estos nobles animalitos. Y a su cantar me remito.
“Es la historia de un lugar llamado 'Mouseland'… donde todos los ratoncitos vivían y jugaban, donde nacían y morían…. Incluso tenían un parlamento y cada cuatro años tenían elecciones…. Y cada día de elecciones todos los ratoncitos acostumbraban a ir a las urnas y elegían un gobierno. Un gobierno formado por enormes y gordos gatos negros. “
“…. conducían el gobierno dignamente, elaboraban buenas leyes, es decir, leyes buenas para los gatos. Y estas leyes que eran buenas para los gatos, no eran muy favorables para los ratones…. Y cuando los ratones lo tuvieron más y más difícil, y se cansaron de aguantar, dijeron de hacer algo al respecto. Entonces, fueron en masa a las urnas, votaron contra los gatos negros y eligieron gatos blancos.”
“la vida para los ratones, se tornó más complicada. Y cuando no pudieron soportarlo más, votaron contra los gatos blancos y pusieron a los negros de nuevo.
Para luego regresar a los blancos y de ahí a los negros otra vez. Incluso trataron con gatos mitad negro, mitad blanco y lo llamaron COALICIÓN. En su desesperación, intentaron dar el gobierno a gatos con manchas, eran gatos que intentaban sonar como ratones pero comían como gatos.” 
“Finalmente, llegó desde lejos un ratoncito quién tuvo una idea; el ratón les dijo: “miren, compañeros ¿por qué seguimos eligiendo un gobierno hecho por gatos?, ¿por qué no elegimos un gobierno de ratones?”… “OHHH” exclamaron… “es un COMUNISTA”, así que lo metieron en la cárcel.”
Si el lector cree que le robé 4 minutos de su tiempo por estas letras, está errado. Porque el ciclismo no es la variable única de la política, pero si la torpeza de pensar que la magia muerta se reemplaza por la magia inocente y potente, y que los sueños de cambio hay que reemplazarlos por una gruesa bruma escocesa que instantáneamente hará el papel de guía y nos llevara por el sendero de la felicidad. No creo que la magia ha muerto, solo se banalizó a niveles patéticos, le diría a mi estimado Weber.
Porque estamos en conocimiento, de un recurso muy aplicado pero no siempre tangible.  El reemplazo de la Patente de Corso, por la menos  – publicitada, pero no así-  redituable Patente de Carnaval.  Apelando a la novedad y al tumulto de lo nuevo, nos dan el placebo que nos hace felices y ve renacer la magia perdida.  Más si es una patente que apela a algo tan amado por generaciones de sufridos jóvenes de más de 50, el añorado carnaval.
Porque los réditos de la patente no van a las arcas del Estado, sino a las – sabrá uno por qué-  inocentes mentes de los ciudadanos de bien, que solo desean el porvenir y que añoran la regresión a la niñez como caldo de sus culpas y regocijo de su meditar. Ilusos, no por creer, sino por dejarse llenar por un reciclado sueño de cambio. De una enfermiza connivencia no fatal, pero tolerable, en pos del bien propio, nunca del ajeno y del célebre derecho humano a creer en algo.
Pero una cosa es creer en una deidad de color y virtudes propias de la historia contada por una vanguardia y la otra es creer en lo que la célebre compañía de gaseosas estadounidense llamo PAPÁ NOEL.  Si queremos pensar en una deidad como salvadora pensemos en una deidad con un corpus propio y no en gente mediocre que hace del carisma su virtud mayor y de la idoneidad a su puesto, un detalle no digno de conversar.
Seamos sinceros; creemos, adoramos, nos enceguecemos y no despertamos luego de los gritos. Porque más allá de todo, esa magia, perdida por la modernidad, siempre anhela a renacer apelando al vago ideal de la facilidad de la vida y la calma de delegar la propia mente en su líder carismático.
Y la notoriedad de este discurso es que los auto erigidos salvadores de la justicia, bondad y porvenir de un pueblo indefenso, apelan al cínico - pero no menos lucrativo- instituto de la infalibilidad. Un ser infalible, que conocedor de todo, nunca se equivoca y siempre nos guiará al bien desinteresadamente (o al menos así dice el cuento) y, que merecidamente, debe gozar de un prestigio único, por ejercer su saber en pos del bien general. Eso sí, nunca - ni aún en las más ruines pesadillas -  podríamos plantear la idea que expliquen al pueblo aquello que hicieron a su favor, por la impotencia del pueblo de conocer lo técnico y complejo un conocimiento tan imprescindible para nuestro rutinario paseo por el orbe.
Porque nunca nos pusimos seriamente a cuestionar, que atributo sobrenatural tiene una casta tan atacada -pero nunca mal remunerada- que resiste en su torre de marfil la llegada de un nuevo paradigma,  más por miedo al trabajo digno, que por miedo a compartir los destinos de LUIS XVI.
 Jueces todo poderosos que expresan idiomas complejos y rebuscados, nunca entendibles al ser que van a afectar, pero justificados en su conjunto por la genérica idea del porvenir. Que hablan por sus - nunca propias - sentencias y que hacen lucrativa la idea de no acercarse al pueblo, para, llamativamente, (¿no?) perjudicar al mismo en su labor mesiánica de impartir justicia.
Encerrados pero nunca privados del lujo, nos benefician con paz mental, pero nunca con justicia.
No quieren que pensemos, no para ahorrarnos tal titánica tarea, sino para que del ejercicio neuronal no se note la misma falacia... Que la justicia divina y popular es hedonismo y clasismo puro.
Expuestos al pueblo no tendrán más nada que disponer sino hacer entender. Quizá los fuerce - tristemente - a admitir que son parte del pueblo del que se apartan para hacerlos más felices.
Quizá el pueblo razone y se enoje que los que defienden la patria, hicieron de ella una excusa para no hacer nada, llegar tarde, irse temprano y gozar para la - inalienable - recreación que tanto detenta tal casta.
Quizá hasta les sea insano ver la luz del sol, porque afecta la labor de pensar como un empleado escribirá lo que él sabe que piensa, pero no plasma en papel y deba descansar por culpa de ello. 
Quizá los plebeyos entendamos las (¿piadosas?) mentiras a las que somos sometidos para justificar que llueve de abajo para arriba, y el que nunca. Pero la idea del grupo vanguardista, que incite en su revolucionario conservadurismo, es algo que tenemos que rebatir, y eliminar.
Quien rinde cuentas es quien está con la conciencia tranquila. Quien no las rinde con la excusa de profesionalismo y bondad al otro, duerme en cuna de oro y con la certeza que nunca estará tranquilo, pero si bien posicionado.
Pensar en un juez que es transparente en el desempeño de su actividad y pedir un buen servicio público es realmente un acto de comunismo antisistema, o es derecho a conocer, pensar o debatir aquello que vemos tan claro como el agua, cuando en realidad la miopía del sueño falso nos encierra más en la miseria.
Pero es precisamente esto, el pensar, lo que no nos quieren dejar. Porque el sueño terminaría rápido y el desvelo sería irreparable. Y no tendríamos más la tranquilidad que el carnaval judicial nos cuide el porvenir, asegurando, el porvenir de sus miembros, pero nunca del pueblo
Yo no soy de los que entienden mundos monocausales, o alegorías de momentos para ejemplificar un momento de las etapas. No creo que Sísifo nos represente, porque subimos, pero la piedra no cae. Solo creemos que sigue subiendo, cuando en verdad está atascada a medio camino.  Somos máquinas, citando a Enzo Traverso, pues la modernidad absorbió toda faceta de  nuestras vidas.  La Patente de Carnaval es un salvoconducto, que aplican  a los frenéticos ciudadanos de bien, para calmar su ira y su visión siempre-absoluta-  y decadente del  entorno que los rodea. 
Solo me asusta quien firma ese salvo conducto, o quien refrenda los términos del acuerdo marco en la Patente de Carnaval. Quizá no haya fiesta, pero si ilusión… ¿Ilusión de cambio, ilusión de vida nueva, ilusión de cosificación o ilusión de control al otro, cuando en verdad nos contenta con sueños de oro?  Yo diría que todos los anteriores. 
A fin de cuenta es la idea de la Patente de Carnaval... Magia, circo y que nos dejen soñar, aquello que nos robó la modernidad. Pero recordemos, que es mejor que seamos devotos a pensar y cuestionar, no a soñar. 
                                                             Pensando desde el Palacio de Tribunales
                                                                      JUAN MANUEL BORDEU
                                                           Para el equipo de Alex Real y Javier DHipolito


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